
ARTÍCULO
SOBRE EL MACHISMO "CON COMPROMISO POPULAR" DEL OBISPO LIBERTINO
FERNANDO LUGO, ESCRITO DURANTE SU PROSELITISMO Y ANTICIPANDO LO QUE
VENDRÍA.
En Paraguay, país que como credenciales de
cultura machista ostenta el deshonroso récord de ser el último país de
la región en conceder el sufragio femenino, las inequidades sufridas
por la actual candidata oficialista a la presidencia del Paraguay (la
primera con posibilidades serias), no tienen nada que envidiar a los
padecimientos sufridos por Flora Tristán.
Decía Octavio Paz que
la mujer tendida o erguida, vestida o desnuda, nunca es ella misma,
sentencia que con la candidata paraguaya se cumple a rajatabla. Sus
misóginos adversarios de derecha o izquierda, intentan
indiscriminadamente relacionarla con los burócratas del gobierno de
peor imagen, como si fuera una marioneta sin autonomía ni vida propia.
Para potenciar la virulencia de su campaña, la prensa que subsidia el
embajador norteamericano James Cason ha decidido atacar con
ensañamiento la gestión de las mujeres con importantes cargos en el
gobierno del actual presidente Nicanor Duarte Frutos.
En un país
cuya corrupta seudo democracia puntofijista soportó como representantes
a los peores de todos, nadie quiere conceder a la candidata oficialista
Blanca Ovelar el beneficio de la duda, aunque éste haya sido depositado
en beneficio de todos sus impresentables antecesores. La ANR ha hecho
muchos pésimos gobiernos, es cierto, pero cuando sus candidatos varones
hablaban de enmendar errores y renovar aires, siempre se les concedió
el beneficio de la duda. Los duendes del machismo hacen que a la actual
candidata nadie le conceda el menor margen de confianza en ese sentido.
Una
oposición que pactó con un dictador militar, con un conocido jefe de
una banda de narcotraficantes de fama mundial, con un presidente que
llegó al poder por la vía del fraude, con un jefe de estado nombrado
por orden judicial, hoy con Blanca y por primera vez con ella, se
muestra absolutamente intransigente.
Ya a finales del siglo
XVIII Francisco de Miranda en una conversación con el alcalde de París,
M. Pethion, le había cuestionado la falta de representación de las
mujeres en el gobierno francés, a las que sin embargo se les exigía
respeto a las leyes que se habían hecho de acuerdo a su voluntad. En
aquella misma ciudad de las luces en cuyo arco del triunfo está tallado
el nombre del patriota venezolano, había redactado Olimpia de Gauges en
1791 su declaración de los derechos de la mujer, que aún sigue ausente
de mención en la mayoría de los libros que hablan maravillas de la
revolución francesa. Al igual de lo que pretenden hacer algunos de los
machistas correligionarios de Blanca Ovelar, sus mismos androcéntricos
compañeros de lucha en la revolución francesa enviaron a Olimpia a la
guillotina, por la osadía de creer que los derechos ganados para los
hombres libres también podrían ser aplicados a las mujeres. Está claro
que nadie ni siquiera sueña hoy en comparar a Olimpia con Dantón o
Marat, sería todo un ultraje a la historia machista que padecemos.
El
primer país en conceder irrestricto derecho al voto a las mujeres,
dicen las crónicas, fue Nueva Zelanda en el año 1893, gracias a un
movimiento liderado por Kate Sheppard.. De todos modos, los exponentes
machistas tomaron sus precauciones para no caer en las temibles garras
del sexo opuesto: a las mujeres sólo se les permitía votar pero no
presentarse a elecciones. La heroica resistencia misógina duró hasta
1919, cuando tuvieron que capitular y ceder a las neozelandesas el
derecho a ser elegidas para cargos políticos.
Algunos casos
significativos al respecto se dieron en Nueva Jersey y en Colombia. En
New Jersey se autorizó en 1776 el primer sufragio femenino, aunque por
un error de interpretación semántica. Se usó la palabra personas en vez
de especificar “hombres”, despropósito que los exegetas de la misoginia
enmendaron en 1807. Un caso similar aconteció en la provincia de Vélez
(hoy departamento colombiano de Santander), donde el sufragio femenino
aprobado en 1853 fue revocado en 1857 y sólo se restablecería en 1954,
aunque debido a la dictadura de Rojas Pinilla sólo pudo ponerse en
práctica desde 1957.
Sucede que los apóstoles y hermeneutas
del machismo consideraron siempre identificados el sufragio universal
con el sufragio exclusivo de los hombres, por lo que al hablar en
general en realidad era implícito que las prerrogativas sólo
correspondían al sexo masculino. Tal es así que en 1917 los
constituyentes mexicanos no creyeron necesario especificarlo, y
conservaron su constitución de 1857 tal cual estaba.
Aunque el
machismo latino tenga cierta fama hay que decir en honor a la
objetividad que entre los países del primer mundo, EEUU estuvo entre
los últimos en reconocer el derecho al voto femenino. Lo hizo en 1920,
cuando ya llevaba décadas aplicándose en países como Nueva Zelanda,
Australia, Noruega, Alemania, Suecia, Austria. Algunas suspicaces
feministas inclusive han pensado en voz alta que las actuales
preferencias por Obama en la interna demócrata ante Hillary Clinton, en
el país donde asesinaron a Martin Luther King por el color oscuro de su
piel, tienen mucho más que ver con el machismo que con las supuestas
cualidades oratorias y presencia del candidato de color.
En
España el voto femenino se considera uno de los logros de la Segunda
República española, pero para vergüenza de la izquierda, la mayor parte
del mérito se lleva la escritora y abogada de derechas Clara Campoamor,
aunque no se niega que contribuyeron con su prédica la pasionaria
Dolores Ibárruri y la anarquista Federica Montseny. Lo cierto es que la
única mujer que acompañaba a Campoamor en el Parlamento, la entonces
diputada izquierdista y directora de prisiones del Gobierno provisional
republicano, Victoria Kent, se opuso tenazmente. Victoria opinaba que
sus congéneres no comprendían a fondo las bondades del sistema
republicano, y puso como ejemplo en su discurso que fueron muy pocas
las mujeres que se echaron a la calle el día 14 de abril, fecha de la
proclamación de la II República.
El hecho de que Clara Campoamor
defendiera el sufragismo femenino y de que Victoria Kent se opusiera
hicieron las delicias del machismo español. Azaña describió la sesión
como muy divertida y en son de burla añadió: dos mujeres solamente en
la Cámara, y ni por casualidad están de acuerdo. Un periódico se
preguntó al día siguiente, el 2 de octubre de 1931: ¿qué ocurrirá
cuando sean 50 las que actúen? Algo parecido hoy podría opinarse de
supuestas feministas paraguayas, que deliran entre el público de
candidatos que constituyen verdaderos íconos del más retrógrado
machismo de derechas.
La feminista que obtuvo el sufragio para
su género en España, que de todos modos sería postergado por casi medio
siglo de dictadura, no sacó barata su osadía. Durante la guerra civil
española debió huir temiendo ser fusilada por cualquiera de los bandos.
En
el Perú el voto sería concedido sin mayores convicciones feministas por
el populista general Manuel Odría, y sólo porque creyó que la medida
podría favorecerlo en las urnas. Desafortunadamente, este traidor al
machismo peruano no pudo presentarse a las elecciones de 1955, debido
al sentimiento antidictatorial que generó su gobierno, por lo que el
voto femenino terminó favoreciendo a Manuel Prado, quien en aquella
oportunidad contó con el respaldo del APRA. Odría pensó que podría
repetir lo sucedido en Argentina, donde en esa época se obtuvo el
derecho al voto de las mujeres, aunque la heroína fuera una mujer que
representaba la antítesis de luchadoras feministas de su país como
Alicia Moreau de Justo, Elvira Dellepiane Rawson o Silvina Ocampo. Se
trataba de Eva Perón, a quien las mujeres de la alta sociedad veían
como una vulgar mujerzuela, aunque esta apreciación no le restaba
envergadura y eficacia a su acción política. Su marido Juan Domingo
Perón, uno de los más importantes caudillos de la historia Argentina,
ganó las elecciones del 11 de noviembre de 1951 en la que votaron tres
millones y medio de mujeres. Ya lo señaló Catherine A. Mackinnon, Marx
fue reduccionista al opinar que la historia no avanza con la cabeza
sino los pies, porque se olvidó considerar el sexo de su cuerpo.
Rosa
Luxemburgo, las rusas Alexandra Kollontay, Angélica Balabanoff, N.
Krupskaja, o la inglesa Silvia Pankhust pueden ser admiradas por muchas
feministas paraguayas, pero para ellas la perspectiva de género está
lejos de valer una candidata. La mayoría se siente hoy más atraída por
un obispo católico jubilado, representante de un culto que niega el
sacerdocio a las mujeres, se opone con vehemencia al aborto y en
Latinoamérica representa lo más funesto de un pasado genocida.
Si
algo demuestra esta actitud en la actual campaña presidencial de
Paraguay, es la indiferencia hacia la problemática de género. Y conste
que serán las más perjudicadas, en un país donde los hombres de
izquierda, derecha, arriba o abajo, abordan estas cuestiones sólo como
una guerra al sexo opuesto en la que deben tomar una o varias
prisioneras.